El encuentro que llena todo vacío y sacia toda sed

Imagen cortesía.

Durante tres días consecutivos mientras leía la Biblia en el evangelio de San Juan, llegaba a la escena de Jesús con la mujer Samaritana (Juan 4: 1-30). La tercera vez salió mientras abrí las Sagradas Escrituras al azar y eso me convenció de que el Señor quería hablarme por medio de ese pasaje.

Le pregunté, Señor, por qué le dijiste “dame de beber”. Muchos pensamientos vinieron a mi cabeza. Pero quería escuchar su voz. Se hizo tan raro que El, siendo el Salvador, pidiera a una mujer (ya esto rompe con todos los esquemas), que tenía un pasado y encima era de otro pueblo que no era el judío, que le diese de beber.

“Quería conocer su corazón”, fueron las palabras que vinieron a mi mente. Pero, pregunté, si tú conoces todo. Tal vez Jesús quería saber si ella estaba lista para el encuentro de Dios con la primera evangelista no judía, un encuentro que estaba pactado aún antes de que ella naciera.

Seguí leyendo y caí en cuenta de que esa mujer era yo. Por eso mi Padre me motivó a leer todo el intercambio. El le pide agua. Ella empieza a hablar y darle una serie de razones (¿qué mujer no lo hace?) y argumentos. Pero Jesús en realidad lo que quería, era darle de su agua viva y se la ofrece. Tal como lo hace Jesús con todos nosotros. Sin embargo, había que seguir hurgando en su corazón y el dice “ve y llama a tu marido” y ella le contesta que no tiene. Ese momento es crucial pues ella le dice la verdad. Sin desnudarnos ante Jesús y reconocer lo que somos, es imposible tener una relación con él.

Obviamente Jesús le dice su vida entera y esto la asombra. Como cuando un hombre o mujer de Dios en la iglesia, sin conocernos, nos dice lo que hemos vivido. Dios lo sabe como nadie. En ese momento lloramos pues El había estado en cada paso de nuestro arduo camino. Había visto los errores y malas decisiones y nos había visto llorar. Siempre esperando que vayamos al pozo, sedientas y con un gran cántaro vacío que nada ni nadie pudo llenar hasta ese encuentro.

Así anduve con ese cántaro vacío gran parte de mi vida. Buscando llenarlo con diferentes aguas y personas. Nada funcionó hasta encontrar a Jesús. Como la mujer Samaritana, vamos de tumbo en tumbo, o algunas incluso con una vida “normal” pero sin duda vacía pues buscamos llenarnos de nuestros hijos, esposo, trabajo, dinero o quién sabe qué más. Pero nada llena como Jesús.

Comprendí que esa mujer era yo pues ella le habla de adorar. Y allí entendí que ese “dame de beber” en realidad es “ven y adora al Padre en Espíritu y Verdad”. Esa soy yo. Luego de un encuentro con Jesús, lo que queda es adorarlo y hablar de Él. Las dos cosas que me gustan más en la vida.

Luego ella sale corriendo a decirle al pueblo acerca de Jesús. Muchos llegaron a conocer al Salvador por ese encuentro. No eran judíos. Eran como yo, gentiles. Eran simplemente personas que escucharon que había alguien que nos da un agua con la que nunca más tendremos sed.

Gracias Señor, porque tú tienes planeado un encuentro con cada uno de nosotros y después de ese encuentro personal, te adoramos en Espíritu y Verdad.

 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.

24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Juan 4:23-24

About Adriana Carrera

Adriana Carrera
Periodista y editora de medios hispanos en EE.UU. desde 1996. Ganadora de varios premios Oro de la NAHP por sus reportajes de negocios y educación.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*