No me puedo quejar porque mi embarazo fue bastante bueno. Pocos malestares y gracias a Dios, ninguna enfermedad propia de un embarazo doble y de una mujer que está por cumplir 40.
Sin embargo, a partir del segundo semestre la aparición de várices en mis piernas fue una tortura que me acompañó hasta el final.
Cuando recién aparecieron parecían moretones. Bonitas no se veían, pero las tomé como un cambio más que iba percibiendo en mi cuerpo. Afortunadamente, nunca implicaron un peligro para los bebés, pero a medida que transcurría el embarazo, el dolor se volvía cada vez más insoportable.
Recuerdo que en un control le comenté al médico cuánto me molestaban y me hizo comprar unas medias maternales de compresión con las cuales tuve una relación de amor/odio. Claramente ayudaban, pero al mismo tiempo apretaban tanto que me hacían llorar cada vez que me las ponía.
Me acuerdo también que el doctor me decía que tuviera paciencia y que iba a descansar luego del parto, pero a mí me parecía que ese día estaba a años luz de llegar. Me preguntaba cuánto más sería capaz de resistir, pero el cuerpo humano es sorprendente y aguanté hasta la semana 38, fecha en que nacieron mis dos pequeños. Tal como dijo el “doc”, ese mismo día las venas y el dolor disminuyeron notablemente. Lo que no desapareció, eso sí, fueron las marcas. Hasta hoy, nueve meses después, mis piernas tienen dibujadas las várices, que se ven bien feas. Averigué y el método para borrarlas es con inyecciones locales, cosa que no haré debido al terror que le tengo a las agujas.
Lo cierto es que tras gastar días pensando en cómo combatirlas de otra forma (tal vez tomando algún suplemento, té o algo por estilo), hace solo unos días, algo me hizo “click” en la mente y decidí que, desde hoy, no buscaré más soluciones, sino que esas marcas pasarán a ser parte de mí y, más aún, que las voy a querer y mucho.
Cada vez que las vea pensaré que son un recuerdo de una etapa en que me hice más fuerte, aquella en que pensaba que mi cuerpo no daría más y, sin embargo, seguía aguantando.
Serán, definitivamente, el recuerdo imborrable de un proceso con el que formé a dos seres que hoy gatean por mi casa y por eso decidí
lucirlas con orgullo, pues se convertirán en un tatuaje imborrable, símbolo de mi embarazo múltiple y del amor que siento por mis hijos.