Por Javier Merizalde *.
NUEVA YORK.- Parece increíble como en la víspera del décimo aniversario del ataque terrorista de S-11, el mundo parece sumarse en un coro de convalecencias indivisible, que cualquier observador casual atribuiría a una bien evolucionada solidaridad humana.
Aunque esto fuera cierto, también parece sensato el plantearse ciertas reflexiones de carácter lontano; aquellas que por ley se le deben a los grandes (o trágicos) hechos históricos, ya no para conmemorarlos, sino para entenderlos, explicarlos, y contextualizarlos en el marco de una época, un siglo, una era.
Yo tenía tan solo 12 años cuando vi las Torres Gemelas frente a mí por primera vez. Era también mi primera visita a Nueva York, y en aquella mañana de la primavera del ‘91, las Torres se erguían ante mi como la séptima maravilla de nuestra era; una representación física del logro común de nuestra civilización, tal y como lo fueron las Pirámides para el mundo de la antigüedad.
Ya arriba, en el observatorio del WTC2 o Torre Gemela 2, recuerdo vívidamente sentir aquella mezcla de plenitud y vértigo ante la visión panorámica de Nueva York que se desplegaba ante mis ojos. Ahora, a 20 años de aquel momento, y a 10 de la destrucción de las torres, muchas veces he regresado con tristeza a aquella cinta de VHS (digitalizada hace algunos años atrás) que grabo nuestra visita, y he pensado en que las víctimas bien podríamos haber sido nosotros; que otra familia turista, feliz y de vacaciones, tal vez perdió la vida aquel 9 de Septiembre, de forma súbita y fatal.
¿Qué es 9/11 para la historia actual? ¿Qué será para el futuro? No debemos engañarnos; las heridas de la historia siempre se cierran con el tiempo. Las nuevas generaciones olvidan, mientras que las antiguas lentamente resignan sus recuerdos. No tenía Franklin Delano Roosevelt que poner énfasis en la fecha en que traicioneramente Japón ataco a Estados Unidos en Pearl Harbor, pero sin embargo lo hizo; “Diciembre 7, 1941, un día que vivirá en la infamia…”, y ahora, 70 años después, la fecha en si ha perdido lo que el evento ha sabido mantener; diciembre 7 este año será un día como cualquier otro, donde solo algunos recordarán. Pero siempre que se hable de la Segunda Guerra Mundial, siempre que se hable del papel de Estados Unidos en el conflicto, el ataque a Pearl Harbor perdurara en la memoria. Lo mismo ocurrirá eventualmente con Septiembre 11.
Ha sido siempre el destino de las fechas de la historia de la infamia; la masacre de San Bartolomé, la masacre de Jamestown, el Pogrom de Kishinev; todos eventos que se pueden recordar, siendo la fecha de su ocurrencia un dato borroso.
¿Por qué entonces, parece que las heridas del 9 de septiembre por ahora aún siguen adoleciendo al mundo? Sera tal vez porque aquellas Torres representaban el progreso de nuestra civilización, mientras que su destrucción nos ha devuelto a la barbarie y la división ideológica. Sera tal vez porque empezábamos un nuevo siglo de esperanza donde dejábamos atrás el peligro de la aniquilación nuclear, y los totalitarismos.
“Es difícil narrar hechos históricos que se tienen cerca, esta tarea le pertenece a otras generaciones futuras dotadas de perspectiva…” decía William L. Shirer en el prefacio de su magnífica obra, “El comienzo y la caída del Tercer Reich”, donde aprovechando el haber sido testigo directo de algunos de los eventos de su narración, así como también el acceso a millares de documentos confiscados, escribió con detalle los comienzos del partido Nazi hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Si hubiera esperado a que otras generaciones futuras, alejadas del suceso, escribieran esa historia en vez de él, tal vez estas hubieran carecido de la visión interna que tiene el que ha palpado un suceso.
Por eso, al ser parte de esta generación que presenció los ataques, me pregunto si tal vez en perpetuar las conmemoraciones, estamos descuidando el entender, explicar, y contextualizar la tragedia en relación a nuestras vidas, a nuestra época y a nuestro siglo naciente. Solo el tiempo sabrá cómo ha de recordar al 9/11…nosotros, aún no lo terminamos de vivir.
*Escritor ecuatoriano radicado en Nueva York.